El cordón umbilical: la línea de la vida

El cordón umbilical es el encargado de proveer de nutrientes y sangre oxigenada que ayudan al desarrollo del bebé, además de eliminar los primeros residuos de su metabolismo. Normalmente está formado por dos arterias y una vena en forma de triángulo.

El cordón empieza a formarse desde el primer mes de la concepción, cuando las células que darán origen al embrión se diferencian de las que compondrán la placenta y los anexos fetales, es decir, el saco amniótico y el cordón umbilical.

La vena se encarga de transportar oxígeno y nutrientes (azúcar, vitaminas, sales minerales) que proceden de la sangre materna. Las arterias, por su parte, transportan las sustancias de desecho metabólicas (por ejemplo, el anhídrido carbónico y la urea) a la placenta, que las vaciará de nuevo en el torrente sanguíneo materno.

Estos tres vasos están cubiertos por una materia gelatinosa denominada gelatina de Wharton, cuya función es exclusivamente de sostén.

Al principio el cordón umbilical es un conjunto de células no vascularizadas, es decir, que carecen de vasos sanguíneos. Aproximadamente tres semanas después de la concepción, el corazón del pequeño empieza a latir, por lo que la sangre comienza a circular para que sea oxigenado.

El cordón se desarrolla al mismo tiempo que la placenta. Los capilares de esta última serán los que, al unirse, formarán los tres vasos sanguíneos del cordón umbilical. El sistema se completa en el segundo mes, pero continuará creciendo durante el embarazo.

El intercambio entre la mamá y el bebé

La sangre del feto que es transportada por el cordón umbilical, desemboca en las vellosidades coriales, pequeños filamentos que permiten el intercambio entre madre e hijo. Estos intercambios se producen en la parte materna de la placenta, es decir, la parte que se adhiere al útero y que está compuesta por una especie de 15 a 35 troncos gruesos.

Estos filamentos se adhieren a la pared del útero creando unos espacios que forman una especie de laguna donde llega la sangre materna. De esta manera, la sangre fetal se limpia y se enriquece de nuevas sustancias y de oxígeno.

La sangre de la mamá y la del bebé nunca se mezclan, porque están separadas por unas delgadas paredes de vellosidades. A medida que avanza el embarazo y que las necesidades del pequeño aumentan, esta pared se hace cada vez más delgada para facilitar los intercambios.

Al momento del nacimiento el cordón deja de funcionar

La función del cordón umbilical finaliza cuando se rompen los vínculos entre la circulación materna y la del recién nacido que, desde la primera vez que respira, es capaz de obtener por sí mismo el oxígeno necesario.

El cordón pasa de estar lleno de sangre, a volverse blanco y flácido. Se debe cortar dejando aproximadamente dos centímetros, después atarse o cerrarse con una pinza.

Durante unos días, este pequeño pedazo de cordón permanecerá en el abdomen del bebé y la mamá deberá curarlo hasta que se seque y se desprenda espontáneamente.

Anomalías del cordón umbilical

  • Demasiado corto (alrededor de 25 centímetros). El problema se produce en el momento del nacimiento, ya que el cordón puede dificultar el descenso por el canal del parto y quedar estirado.
  • La presencia de un nudo provocado por los movimientos del bebé (sobre todo si el cordón es muy largo). Durante el parto, el nudo puede apretarse y obstaculizar el flujo sanguíneo. 
  • Un cordón muy largo (más de 60 centímetros) puede llegar a enrollarse alrededor del cuerpo o cuello del bebé. En estos casos el cordón podría comprimirse y no brindar el alimento necesario al pequeño. En cualquier caso, durante el parto el médico decidirá cómo debe proceder.

El cordón mide aproximadamente 17 centímetros en el cuarto mes de embarazo, 34 en el sexto y 50 en el momento del nacimiento (pero puede llegar a alcanzar hasta un metro de longitud) y su diámetro es de 1.5 a 2 centímetros.

¿Por qué se conserva la sangre del cordón umbilical?

La sangre que fluye por el cordón y la placenta es rica en células denominadas células madre hematopoyéticas, presentes también en la médula ósea. La función de estas células es formar glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. 

En algunas enfermedades graves como la leucemia, su trasplante puede resultar muy útil para restablecer el funcionamiento de la médula ósea.

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