La hepatitis C es una infección vírica que afecta al hígado y que generalmente no causa síntomas en su primera etapa, hasta que evoluciona a una cirrosis hepática o en cáncer hepático.
La hepatitis C (VHC) se propaga a través del contacto con la sangre de una persona que tiene el virus, lo cual puede ocurrir al compartir agujas u otros materiales para inyectarse drogas, tatuarse o perforarse con materiales no esterilizados, compartir artículos personales como cepillos de dientes o máquinas de afeitar, tener relaciones sexuales sin protección o mediante transfusiones con sangre contaminada.
La hepatitis C se divide en:
- Aguda: Es raro que se manifiesten síntomas; sin embargo, si se presentan puede ser hasta después de 3 meses de haber estado expuesto al virus. El cuerpo puede combatir el virus por sí solo, pero en la mayoría de los casos esta infección se puede convertir en crónica.
- Crónica: Si no se trata a tiempo puede durar toda la vida y causar graves problemas a la salud, como cirrosis o cáncer de hígado.
Síntomas
La mayoría de personas con hepatitis C no presentan síntomas cuando está en etapa aguda. Cuando hay síntomas, estos pueden ser:
- Fatiga
- Náuseas
- Fiebre
- Dolores musculares
En la etapa crónica, el paciente puede presentar síntomas después de muchos años de haber estado expuesto al virus, ya que aparecen cuando el hígado ha sido suficientemente dañado. Estos son:
- Formación de moretones sin motivo aparente
- Cansancio
- Pérdida de apetito
- Orina de color oscuro
- Fiebre
- Heces grisáceas
- Dolor abdominal
- Color amarillento en piel y ojos
- Picazón en la piel
- Hinchazón de piernas
- Pérdida de peso
- Confusión y somnolencia
Diagnóstico
Debido a que es una enfermedad que no suele presentar síntomas inicialmente, el paciente con sospecha de infección por el virus de hepatitis C debe realizarse un examen físico y un análisis de sangre llamado prueba de detección de anticuerpos contra el VHC.
Esta prueba es fundamental para pacientes que presenten factores de riesgo como: donadores de sangre o tejidos, pacientes que están en tratamiento con hemodiálisis, portadores de VIH, personas que han usado drogas intravenosas, pacientes que hayan recibido transfusiones de sangre o derivados y a quienes hayan tenido contacto sexual con portadores del virus.
Asimismo, se puede requerir una examen de química sanguínea, biometría hemática completa, radiografía de tórax y un ultrasonido abdominal para confirmar el diagnóstico.
Si se diagnostica una infección crónica, es necesario evaluar la magnitud del daño hepático mediante una biopsia u otras pruebas no invasivas.
Tratamiento
La mayoría de los casos de hepatitis C se trata con medicamentos antivirales que atacan al virus y evitan que el hígado se siga dañando. Si es hepatitis C aguda, se puede sugerir esperar para ver si la infección se vuelve crónica antes de comenzar el tratamiento.
El trasplante de hígado es una opción en caso de que el paciente presente daño hepático grave, aunque es probable que la infección reaparezca después del trasplante, por lo que será necesario un tratamiento con medicamentos antivirales.
Prevención
No existe una vacuna contra el virus de la hepatitis C, por lo que es importante evitar exponerse a situaciones de riesgo. Algunas medidas preventivas son:
- No compartir agujas u otros materiales.
- Usar herramientas nuevas y estériles para realizarse tatuajes o perforaciones.
- No compartir artículos personales.
- Usar preservativo a la hora de tener relaciones sexuales.
- Las personas que trabajan en hospitales deberán tomar precauciones si tienen que tocar sangre de algún paciente o tratar heridas abiertas.
La hepatitis C es una enfermedad seria que puede tener consecuencias serias si no se trata adecuadamente. La detección temprana y los avances en el tratamiento ofrecen esperanza a quienes padecen esta enfermedad.