Los primeros mil días en la vida de tu pequeño, desde que sucede el embarazo hasta el segundo cumpleaños, es un periodo muy importante porque ofrece una oportunidad para dar forma al desarrollo del niño.
Los alimentos influyen en el desarrollo del cerebro y del sistema nervioso, las defensas del organismo y la maduración de los órganos digestivos. Cuando un niño come de forma saludable, aporta beneficios a su crecimiento, desarrolla sus funciones biológicas, emocionales, de aprendizaje y evita enfermedades que podrían perdurar hasta la edad adulta.
Durante el embarazo, la nutrición que un bebé recibe a través de la alimentación de la madre es el combustible indispensable que impulsa gran parte de su increíble transformación: el niño recibe nutrientes que estimulan a sus células para que cumplan sus funciones de manera óptima, y programa a su cuerpo para una vida sana.
Al principio de su vida, la leche materna es el único alimento irremplazable debido a que suministra todos los nutrientes que garantizan un desarrollo adecuado, previene infecciones y favorece el vínculo madre-hijo. La leche humana contiene numerosos componentes que mejoran las defensas y previenen enfermedades en la infancia. Cuando por diferentes razones es necesario implementar la nutrición a través de fórmulas maternizadas, es importante elegir la correcta.
A partir de los 6 meses de edad se sugiere iniciar la inclusión de nuevos alimentos sin suspender la lactancia. Este periodo implica iniciar de forma paulatina cada grupo de alimentos de acuerdo con la edad. En ocasiones pensamos que acelerar este proceso podría beneficiar al crecimiento de los niños o darles alguna ventaja en su desarrollo, pero no es así. Una mala ablactación (proceso mediante el cual se introducen a la dieta del niño, de manera progresiva, alimentos diferentes a la leche) podría favorecer la aparición de obesidad temprana, alergias y otras enfermedades.
El sistema digestivo del bebé adquiere la madurez necesaria para procesar alimentos sólidos después de los 6 meses. Purés y cereales mezclados con leche serán sus primeros alimentos. Lo recomendable es empezar y terminar el día con leche, pues es cuando más hambre tiene; si lo primero que recibe son sólidos, podría quedarse con hambre ante la dificultad y lentitud para ingerirlos.
Hasta los 12 meses tendrás que complementar su alimentación con leche materna o fórmula, ya que la grasa que contiene es esencial para el desarrollo del cerebro, y el calcio ayudará a que tu pequeño tenga huesos y dientes fuertes. Después podrás sustituirla gradualmente por leche de vaca; pero recuerda ser cuidadosa con la cantidad porque el exceso puede provocar anemia y reducir su apetito.
El bebé está listo para la alimentación sólida cuando:
- Puede sostener su cabeza y sentarse.
- Traga con facilidad, es decir, escupe poco y casi no ensucia su carita.
- Coordina los ojos, manos y boca, sigue el movimiento de tu mano e intenta agarrar la cuchara o comida. Jamás lo dejes solo mientras come, en cuestión de segundos podría ahogarse. Deja que utilice sus manos para llevarse la comida a la boca y que juegue con los alimentos. Antes de darle el bocado, revisa la temperatura y no agregues sal o azúcar a sus platillos.
- Utiliza platos y utensilios apropiados para su edad.
- Evitar productos industrializados altos en azúcares y/o grasas.
- Cuida mucho la saciedad del niño sin forzar la ingesta de alimento.
Para no sobrealimentar ni forzar a tu bebé, aprende a identificar cuando ya está satisfecho. Un bebé con hambre abrirá la boca antes de que tenga la cuchara frente a él y se inclinará para acercarse. También seguirá los movimientos, no le quitará los ojos de encima a la cuchara e intentará agarrarla. Si ya no quiere comer volteará la cabeza, se distraerá, empujará la cuchara, cerrará la boca con fuerza y estará muy irritable.