Al convertirnos en padres, una de las principales tareas y preocupaciones que tenemos es el cuidado tanto físico como emocional de nuestros hijos, siendo esto la prioridad a lo largo de su desarrollo.
Uno de nuestros miedos es el cómo ellos enfrentan situaciones sociales conforme van creciendo y que ellos se sientan en un ambiente que les dé seguridad y les permita desarrollarse en todas las áreas disfrutando de sus diferentes logros.
Uno de los principales problemas que vemos en la actualidad es el acoso escolar, mejor conocido como bullying, el cual es muy frecuente. Esto nos lleva a pensar en por qué será tan difícil que en las escuelas se identifique esto o que nuestros hijos lo logren comunicar.
El bullying, por lo general, suele ser minimizado y lo atienden hasta que está en una situación extrema, por lo que es importante reconocer las primeras señales de violencia física o psicológica. Para esto, es importante que se actúe en todas las áreas, incluyendo la familia, ya que es el núcleo principal donde se desarrollan los niños; por lo que cuidar y detener cualquier acto de violencia es fundamental.
La violencia incluye desde una exclusión de un grupo, sobrenombres, burlas y/o gritos hasta situaciones que pueden poner en riesgo la vida de nuestros hijos. Cuando hay malas palabras, insultos, gritos frecuentes en casa, esta será la manera de interactuar del niño con su entorno. Si el niño identifica estas conductas como maltrato, será capaz de expresar cuando esto le suceda en un entorno escolar, y poder pedir ayuda. La función principal como padres y maestros es validar aquello que están viviendo y sintiendo, con el fin de detenerlo
Asimismo, la escuela es otro entorno que tiene que involucrarse, tener información y estrategias para manejar situaciones de bullying, identificando tanto a los agresores como los niños que son víctimas, así como prevenir dichas acciones a través de la sensibilización de alumnos y maestros.
Finalmente, es importante reconocer que el bullying son conductas de alto riesgo que pueden provocar traumas que se conocen como “escondidos”, ya que suelen no ser tan evidentes como otros; sin embargo, estos quedan marcados en el desarrollo de nuestros niños y adolescentes, siendo considerados como un factor de riesgo en problemas de salud graves como los trastornos de conducta alimentaria, depresión, entre otros.